Descolonizar el cuerpo


Algunas personas, lectoras de este blog, me han preguntado qué significa descolonizar el cuerpo, cuáles acciones nos podrían llevar a alcanzar tal cometido. Es una obviedad decir que no hay receta. Sin embargo,  pienso que el primer paso para el intento sería empezar por reconocer y leer los discursos que se nos ha inscrito en el cuerpo desde antes de nuestro posible nacimiento, todo aquello grabado en él con las gubias de los sistemas, discursos e instituciones encargadas de disciplinarlo y dictar políticas corporales machistas, racistas y heterosexistas: el patriarcado, el capitalismo, la familia, la escuela, la iglesia, la medicina y, por supuesto, el mercado y las industrias culturales. A la vez, tendríamos que tratar de entender sus formas de proceder y los fines de tales inscripciones, las relaciones de poder en las que hemos sido partícipes y presas. No quiero decir que una vez lograda la revisión propuesta tales discursos se puedan borrar, sin embargo, examinarlos y cuestionarlos nos podría conducir a desarrollar estrategias para no obedecer a ciegas y para, en el mejor de los casos, subvertirlos. Convertir nuestro cuerpo en superficie, metafórica y carnal, en la que se escriban y reescriban otros discursos, historias, posiciones políticas y memorias nos llevaría a arrebatarlo y recuperarlo, a decidir qué queremos que diga y qué queremos que quien nos ve lea en él. La performance trabaja con el cuerpo y lo ofrece para el desarrollo y la puesta a prueba de conceptos, para abordar prácticas sociales opresoras, para leer las rutas que han trazado los discursos dominantes en cada órgano, en cada célula, e intentar nuevas significaciones mostrando que el cuerpo puede resistir. La performance plantea una alternativa de investigación y con esto no quiero desanimar a quienes no la practiquen de manera artística, todas las personas podemos desafiar los preceptos aprendidos de forma obligatoria y automática desde nuestras propias performances cotidianas, desde los pequeños eventos corporales. Y con cada investigación podemos desaprender mandatos, transformar el cuerpo y ponerlo al servicio de nuestras propias metas y de metas sociales que apunten a la construcción de otro mundo en el que el respeto por la diversidad sea obvio. Quien avanza en este sentido e interviene su cuerpo modifica su manera de andar, de respirar, su voz, sus gestos, su mirada y su risa, modifica, en fin, su estructura ósea en tanto la nutre con nuevos sostenes y se acerca a tener el cuerpo imaginado, deseado, diverso, un cuerpo desobediente ante las políticas de representación aprendidas. Con él, es posible hacer surgir una nueva retórica, nuevas formas de narrarnos y narrar lo que averigüemos con esa búsqueda, las presentaciones y representaciones de nuestro cuerpo que inventemos y que, a su vez, sirvan para que nuestros cuerpos no sean territorios en los cuales se reproduzca la colonialidad.

Marcha de las Putas, San José



Espectacularizar la presencia
Este es un relato para quienes se perdieron la Marcha de las Putas por distancia o desidia; quienes fueron vicari@s de la apatía pueden dedicarse al arrepentimiento sin ningún temor a que dicho sentir no sea legítimo. Aunque la Marcha de las Putas sea una iniciativa nacida en Canadá, y repetida en varios países, siempre existen motivos locales para protestar por intromisiones de la iglesia católica, tanto en asuntos estatales como en la vida privada de las gentes, sean feligreses o no. Nuestro motivo fue mostrar una reacción clara ante los comentarios de parte de obispos y curas, quienes osaron pedir recato a las mujeres con su vestimenta para no ser provocativas y responsables de los abusos de los hombres. Una institución en la que muchísimos curas no han tenido el mínimo recato a la hora de practicar su pedofilia, hacer negocios sucios, torturar, matar y quemar gente, irrespetar todas las demás creencias, embarcarse en conquistas y guerras santas, y asociarse a dictaduras y estados fascistas, entre otros tantos horrores, continúa sin dudar a la hora de, como diría Jesús, en quien se supone que creen, ver “paja” en el ojo ajeno. Por tanto, a la convocatoria, hecha por medio de redes sociales, acudieron muchas personas a pesar de ser domingo, fin de semana largo, y del sol del trópico. Ya antes de las diez de la mañana el parque central, ubicado exactamente frente a la Catedral Metropolitana, empezó a llenarse de manifestantes, mujeres y hombres con pancartas y consignas de gran creatividad y muchas ganas de mostrarle a la iglesia los límites que debería tener. Hombres vestidos de curas, uno de ellos con un sombrero de papa adornado con el signo de dólar, mujeres vestidas de muchas formas, ya sexis, ya corrientes, y algunas de ellas con poca ropa para ofrecer su piel como pizarra escrita con consignas en carmín, pidieron a gritos un Estado secular. A las once, la salida de misa fue un regalo, la protesta avanzó frente a la puerta de la catedral y las pancartas y consignas se hicieron más claras para quienes ya habían, de seguro, escuchado un sermón hecho de débiles justificaciones: “me visto como me da la gana, puta, travesti o lesbiana”, gritaba una advertencia, mientras otras agregaban: “vamos a quemar la conferencia episcopal por machista y patriarcal” y “vamos a ver quien lleva la batuta, si los machistas o la marcha de las putas”. Sin embargo, la protesta transcurrió de forma pacífica pues quien tenía el megáfono pidió no entrar a la iglesia y recordar que no estábamos ahí contra quienes creen sino, específicamente, contra las declaraciones de los representantes de la iglesia y para mostrarles a éstos nuestra absoluta intolerancia frente a sus abusos. Una de las cosas más edificantes, para los fines de este blog, es señalar el poder que tuvo la presencia de personas vestidas de manera inusual. Quienes portaron pelucas, sotanas, vestidos “putescos” y poca ropa con mensajes en la piel fueron quienes más fácilmente atrajeron cámaras y entrevistadores. Espectacularizar la presencia de esta manera hace más potentes las consignas, abre la posibilidad de tener voz en los medios y ofrece una experiencia estética a quienes participan o simplemente miran; está claro que la seriedad de las protestas de los sesenta y setenta quedó en el siglo pasado, y demostrado que el activismo lúdico convoca con cada vez más fuerza. Quien se viste con creatividad compromete con más fuerza el cuerpo y avanza en su descolonización. Es importante señalar, por último, el papel aquí de la palabra puta pues, lejos de referirse a la profesión en sí, que es de suyo uno de los triunfos del sistema patriarcal, cumple una doble función. Por una parte, aquella de reflejar la forma en la que la iglesia ve casi a toda mujer, sea a sus ojos practicante o bien portadora de una maldad estructural que se mantiene latente pero con capacidad de activarse para perder a cualquier hombre. Por otra parte, apropiarse de esta palabra es desafiar a la iglesia con sus propias insinuaciones y separar la palabra de ese contexto que amenaza con fuego eterno es ponerla al servicio de quienes se declaren dueñ@s de sus cuerpos y sus acciones. Definitivamente el evento fue un éxito que hasta hace poco hubiera sido impensable.

Marcha de las Putas, pancartas

"Tengo vagina y pechos y también tengo derechos"



"Voy a ser la mujer que me de la gana ser"



Marcha de las Putas, San José